El Gobierno ha mostrado su preocupación por el olimpismo, impulsando un nuevo impuesto a la telefonía. Pero la solución de fondo pasa por una modificación profunda de la conciencia de los argentinos hacia la práctica del deporte.
Con el proyecto en marcha de crear un nuevo impuesto que gravaría uno por ciento las facturas de la telefonía celular y sería destinado a fomentar el olimpismo, el Gobierno nacional reactualiza la discusión en torno a un problema crónico del deporte nacional.
Cada cuatro años, con milimétrica precisión, Argentina exhibe ante el mundo su pobreza en la materia, mal disimulada en las últimas ediciones de los Juegos Olímpicos por los logros alcanzados en disciplinas colectivas como el fútbol, el básquetbol y el hockey sobre césped femenino, o con alguna medalla sorpresiva obtenidas por actuaciones prodigiosas como las de la nadadora cordobesa Georgina Bardach en Atenas 2004 o la de los ciclistas Juan Curuchet y Walter Pérez en Beijing 2008. Después de cada frustración, ha sido invariable también la promesa de iniciar un trabajo planificado y a largo plazo, proyecto que, más temprano que tarde, se olvida y posterga, fagocitado por otras prioridades. Hasta que se acerca la fecha del próximo evento y entonces se improvisa una delegación, por lo general más nutrida de dirigentes y familiares que de deportistas de elite.
De manera que, más allá del polémico instrumento que se proyecta utilizar, la preocupación oficial por el tema, expresada a través del Comité Olímpico Argentino (COA) y de la Secretaría de Deportes de la Nación, es saludable.
La propuesta apunta a crear un organismo específico para atender el deporte de alta competencia, el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) y a generar un fondo de unos 43 millones de dólares anuales para atender las necesidades de los deportistas de elite.
Es decir, se circunscribe en principio a respaldar a quienes ya han iniciado el camino de la alta competencia o demuestran aptitudes suficientes para emprenderlo, lo cual sin duda, es un primer paso concreto e imprescindible.
Sin embargo, apenas si cubre el último tramo de la compleja cuestión de generar las condiciones para que surjan deportistas competitivos, sobre todo en disciplinas básicas como el atletismo, la natación o la gimnasia, tan poco desarrolladas en nuestro país. Más aún: es legítimo que el Estado se preocupe por el deporte, pero debe hacerlo de una manera integral, abarcativa de lo que la práctica deportiva representa para la salud y la calidad de vida de la población. No hay mejor campo para cosechar deportistas de alta competencia que el de brinda una población activa, con la mayor cantidad de gente participando.
El Estado debería poner sus ojos, en primer lugar, en aquellos clubes que tienen proyectos deportivos comunitarios, que necesitan respaldo para mejorar sus instalaciones y para ampliar su oferta, adecuándola al lugar en el que están insertos.
En segundo término, si bien las escuelas primaria y secundaria tienen limitaciones y serios problemas para cumplir sus objetivos, hay que recordar que entre ellos se encuentra la educación física. La planificación de esta actividad escolar tan descuidada hoy, fijando criterios claros que orienten y delimiten, antes que nada, la tarea de los profesores de la materia, y doten a los establecimientos de los espacios y de los elementos necesarios, representaría un impulso formidable para el desarrollo integral de personas sanas que, en esas condiciones, podrían emerger como posibles deportistas de elite.
Este enunciado que parece tan sencillo, tropieza con innumerables escollos a la hora de ser llevado a la práctica: no hay conciencia de la importancia de la educación física, no hay espacios ni tiempo para esta actividad y, sobre todo, no hay unidad ni planes articulados que respalden a profesores temerosos y a la defensiva.
Un pueblo activo y consciente de los beneficios de la práctica del deporte debe ser el objetivo de fondo de una verdadera política de Estado. De allí saldrá la materia prima a la que se podrán aplicar los recursos de los que ahora se intenta disponer para llevarlos a la alta competencia. De lo contrario, se corre el riesgo de crear un impuesto más para que sus fondos queden al alcance de la malversación.
Cada cuatro años, con milimétrica precisión, Argentina exhibe ante el mundo su pobreza en la materia, mal disimulada en las últimas ediciones de los Juegos Olímpicos por los logros alcanzados en disciplinas colectivas como el fútbol, el básquetbol y el hockey sobre césped femenino, o con alguna medalla sorpresiva obtenidas por actuaciones prodigiosas como las de la nadadora cordobesa Georgina Bardach en Atenas 2004 o la de los ciclistas Juan Curuchet y Walter Pérez en Beijing 2008. Después de cada frustración, ha sido invariable también la promesa de iniciar un trabajo planificado y a largo plazo, proyecto que, más temprano que tarde, se olvida y posterga, fagocitado por otras prioridades. Hasta que se acerca la fecha del próximo evento y entonces se improvisa una delegación, por lo general más nutrida de dirigentes y familiares que de deportistas de elite.
De manera que, más allá del polémico instrumento que se proyecta utilizar, la preocupación oficial por el tema, expresada a través del Comité Olímpico Argentino (COA) y de la Secretaría de Deportes de la Nación, es saludable.
La propuesta apunta a crear un organismo específico para atender el deporte de alta competencia, el Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Enard) y a generar un fondo de unos 43 millones de dólares anuales para atender las necesidades de los deportistas de elite.
Es decir, se circunscribe en principio a respaldar a quienes ya han iniciado el camino de la alta competencia o demuestran aptitudes suficientes para emprenderlo, lo cual sin duda, es un primer paso concreto e imprescindible.
Sin embargo, apenas si cubre el último tramo de la compleja cuestión de generar las condiciones para que surjan deportistas competitivos, sobre todo en disciplinas básicas como el atletismo, la natación o la gimnasia, tan poco desarrolladas en nuestro país. Más aún: es legítimo que el Estado se preocupe por el deporte, pero debe hacerlo de una manera integral, abarcativa de lo que la práctica deportiva representa para la salud y la calidad de vida de la población. No hay mejor campo para cosechar deportistas de alta competencia que el de brinda una población activa, con la mayor cantidad de gente participando.
El Estado debería poner sus ojos, en primer lugar, en aquellos clubes que tienen proyectos deportivos comunitarios, que necesitan respaldo para mejorar sus instalaciones y para ampliar su oferta, adecuándola al lugar en el que están insertos.
En segundo término, si bien las escuelas primaria y secundaria tienen limitaciones y serios problemas para cumplir sus objetivos, hay que recordar que entre ellos se encuentra la educación física. La planificación de esta actividad escolar tan descuidada hoy, fijando criterios claros que orienten y delimiten, antes que nada, la tarea de los profesores de la materia, y doten a los establecimientos de los espacios y de los elementos necesarios, representaría un impulso formidable para el desarrollo integral de personas sanas que, en esas condiciones, podrían emerger como posibles deportistas de elite.
Este enunciado que parece tan sencillo, tropieza con innumerables escollos a la hora de ser llevado a la práctica: no hay conciencia de la importancia de la educación física, no hay espacios ni tiempo para esta actividad y, sobre todo, no hay unidad ni planes articulados que respalden a profesores temerosos y a la defensiva.
Un pueblo activo y consciente de los beneficios de la práctica del deporte debe ser el objetivo de fondo de una verdadera política de Estado. De allí saldrá la materia prima a la que se podrán aplicar los recursos de los que ahora se intenta disponer para llevarlos a la alta competencia. De lo contrario, se corre el riesgo de crear un impuesto más para que sus fondos queden al alcance de la malversación.
Editorial de La Voz del Interior. (lavoz.com.ar) publicado el 25 de noviembre.
1 comentario:
Aunque estoy en Guatemala permitanme opinar, lástima que como bien dice el artículo no es solo cuestión de más dinero; en mi país desde 1985 la constitución ordena dar al deporte competitivo el 1.5% del presupuesto nacional, de eso el 20% va a parar a manos del comité olímpico guatemalteco, solo este año fueron unos 18 a 20 millones de dólares. El ciclo olímpico que terminó en Pekin representó al pueblo de Guatemala un gasto de más 25 millones de dólares para llevar 12 atletas y no obtener ninguna posición relevante, digamos del 6o al 1er lugar. En este link pueden ver un reportaje del Diario La Hora que analiza el tema para nuestro país http://www.lahora.com.gt/notas.php?key=35643&fch=2008-08-23 Así es que amigos argentinos no se dejen engañar, el desarrollo deportivo es más que dinero, es inteligencia y creatividad; países como Estados Unidos o Australia han destacado a nivel olímpico sin aporte estatal o muy poco; de hecho en Estados Unidos las federaciones son empresas privadas no lucrativas que salen a buscar fondos mediante patrocinios y otras actividades y son exitosas. Nuestros países buscando siempre el cobijo estatal no alcanzamos esos niveles de desarrollo deportivo.
Guillermo Galindo
Guatemala
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